domingo, 7 de octubre de 2012

LOS PEDIGÜEÑOS

Ayer caminando por el rió Santa Lucia, un niño sucio y roto me pidió dinero, según el, para comprarles de comer a sus hermanos. Le ofrecí cincuenta pesos si me lavaba el carro y no lo hizo.

En otra ocasión un joven de veinte años, sucio también  me detuvo en la puerta de mi casa y me pidió dinero para continuar su viaje. Le ofrecí el mismo trabajo y contesto que por cincuenta pesos no se entretendría.

Cuando una señora llego a la casa y pidió trabajo porque necesitaba con urgencia comprarle medicamentos a su hijo enfermo, le di cincuenta pesos y le pedí que curara a su hijo y después regresara por un trabajo estable. Nunca regreso. En nuestro país  como en muchos otros, padecemos de los pedigüeños. Ellos viven explotando los sentimientos nobles de sus semejantes. Piden exponiendo razones que conmueven y adoptan rictus de dolor o tristeza. Su vestimenta es siempre rota y sucia. Dominadores de una psicología ambiental, escogen el lugar, el momento y la persona precisos; el café  el restaurante, las puertas de los cines, los templos, las terminales de transportes., los cementerios; a la hora de tomar alimentos, de servicios religiosos; los viajes, los entierros y a quienes van acompañados o reflejan nobleza o comodidad económica.

Pocas veces ofrecen su esfuerzo a cambio de dinero.

La caridad no consiste en dar a todo el que pide, sino en proporcionar bienestar a quienes estemos convencidos que lo necesitan. Todos tenemos un sentido de valoración y quienes piden saben que son despreciados y se desprecian ellos mismos. Darles sin esfuerzo de su parte es acrecentar nuestro desprecio. Creo seria provechoso que a quienes se ayude se les haga sentir dignos de aquello que reciben.