sábado, 17 de diciembre de 2011

Navidad...y la perra vida en los cruceros.

Son las cinco de la mañana, el frío cala hasta los huesos, el termómetro marca dos grados bajo cero, todo tembloroso Paco está esperando que le lleven su bulto de periódicos para venderlos en el crucero, el mismo que trabaja desde que era un niño y acompañaba a su papá.
A las nueve de la mañana acaba con la venta y desayuna sus cinco tacos de barbacoa y su coca en ave. Ruiz Cortines y prolongación Edison.
Terminada la jornada matutina se reporta de inmediato con su jefe para vender el Extra de la tarde, y de nuevo se posiciona  en su crucero.
Hay que sorber diesel y humo del mofle, librar las embestidas de los camiones, mentadas de madre de los conductores, verles la cara de mal genio a los automovilistas.
Se preguntara la edad del voceador con cuerpo de niño y cara de mayor, le sorprenderá su respuesta diez años de edad, ahora compárelos con sus hijos, aniñados aún a los quince o diecisiete años. 
Esta Navidad, mientras usted  cena pavo y sus hijos desenvuelven regalos, Paco corre desaforado a casa, perseguido por una pandilla de la Garza Nieto que pretende robarle sus ganancias del día.
Si lo ve hoy en algún crucero, por favor no sea cruel con el: no vaya a desearle ¡feliz Navidad!.
Porque para Paco y para millones de mexicanos no habrá Navidad, no hay felicidad, no hay juguetes y no hay niñez.
Algunos, lo tienen todo. Otros, ni siquiera el derecho a ser considerados niños, así es la perra vida en los cruceros.